2007/12/23

EDUCACIÓN E INTELIGENCIA EMOCIONAL

EDUCACIÓN E INTELIGENCIA EMOCIONAL

(PROPUESTA DE INTERVENCIÓN DE APRENDIZAJE EN EL AULA)

Carlos M. Muñoz S. © [1]

Juan F. Martínez © [2]

2007

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“… La sociedad moderna,

que ha alcanzado un grado de educación formal sin precedentes,

también ha dado lugar a otras formas de ignorancia...”

-Jean Claude Micheá (2002)-

La actividad educativa tiene como fin propiciar el desarrollo de las capacidades cognitivas del sujeto en las áreas del conocimiento que la cultura (a la que pertenece) considera valiosas, necesarias, pertinentes etc. Hoy en día vemos en la mayoría de los modelos educativos y los currículos académicos un “sin fin” de asignaturas destinadas a propiciar la adquisición de habilidades en campos específicos del conocimiento e inteligencia, en estos campos se cuentan, por ejemplo, las matemáticas, las ciencias naturales, la literatura etc. La mayoría de las actividades propuestas en el aula giran entorno a todo aquello que se considera importante y preciso para enseñar, y lo que de un modo u otro se relaciona con lo que concebimos por inteligencia. Desafortunadamente, por mucho tiempo, en nuestra cultura la ‘inteligencia’ ha sido asociada directamente con el razonamiento lógico y el conocimiento científico y tecnológico y, en general, con la resolución de problemas que implican la exhibición de hipótesis y fases cognitivo-comportamentales para su resolución. A pesar de que la atención general de nuestra sociedad se concentré en el desarrollo científico y tecnológico sufre, día a día, las más graves consecuencias de no centrar su atención en el conocimiento emocional; para recordar un caso conocido, un psicópata se define como un individuo con la incapacidad de asimilar el dolor o sufrimiento ajeno. La cultura y la emocionalidad están completamente imbricadas, por tanto, habría de esperarse un compromiso, por parte de la educación y la pedagogía, con la inteligencia emocional.

“…Lo que nos interesa es no tanto resolver problemas como clarificar sentimientos. Ello no obstante, la existencia de recursos culturales, de un sistema adecuado de símbolos públicos, es tan esencial en esta clase de procesos como lo es en el razonamiento. Y por eso el desarrollo, conservación y desaparición de “estados anímicos”, “actitudes”, “sentimientos” (…) constituyen una actividad no más fundamentalmente privada en los seres humanos que el pensamiento dirigido… Una niño cuenta con sus dedos antes de contar “en el interior de su cabeza”; y siente amor en su piel antes de sentirlo “en el corazón”. No sólo las ideas sino también las emociones son artefactos culturales en el hombre…” (Geertz; 1987; P.: 80- 81).

A pesar de la conexión interna entre cultura-emocionalidad y educación, en las aulas se busca explorar muy poco en el terreno de la inteligencia emocional. Vemos (por ejemplo) cursos relacionados con la expansión artística, como el teatro o la música, que en general no hacen parte del énfasis educativo; siendo cursos relegados en la mayoría de las instituciones.

La inteligencia emocional ha sido definida en diversos sentidos, pero uno de los rasgos primordiales radica en el reconocimiento del control emocional individual e interindividual.

Gardner define las dos dimensiones de las inteligencias personales en (i) inter-individuales e (ii) intra-individuales. En este sentido afirma que:

“… Por una parte se encuentra el desarrollo de los aspectos internos de una persona. La capacidad medular que opera aquí es el acceso a la propia vida sentimental, la gama propia de afectos o emociones: la capacidad para efectuar al instante discriminaciones entre estos sentimientos y con el tiempo, darles un nombre, desenredarlos en códigos simbólicos, y utilizarlos como un modo de comprender y guiar la conducta propia… La otra inteligencia personal se vuelva al exterior, hacia otros individuos. Aquí, la capacidad medular es la habilidad para notar y establecer distinciones entre otros individuos y en particular, entre sus estados de animo, temperamentos, motivaciones e intenciones…” (Gardner; 2001; P.: 288).

La capacidad que posee un individuo para modular sus propias emociones, en un constante interacción con su ambiente y sus semejantes, involucra la estabilización de ciertas competencias cognitivo-emocionales tales como (i) el reconocimiento de las emociones y sentimientos ajenos, (ii) la diferenciación o discriminación de las mismas y (iii) la relación entre los estados emocionales y sentimentales ajenos y los propios. Estas competencias dependen de la puesta en marcha de la dimensión inter-individual e intra-individual de la inteligencia personal.

Teniendo en cuenta las características de la sociedad occidental contemporánea, donde se presentan tantas dificultades y conflictos socio-afectivos -debido a la incapacidad de reconocer, interpretar y “dominar” los estados afectivos propios y ajenos- es necesario que los estados emocionales y sentimentales sean tenidos en cuenta dentro de los procesos educativos; de este modo, quizá, se llegue a entender lo importante que es el conocimiento y reconocimiento de las emociones y sentimientos ajenos y propios. Ha de tenerse presente que muchas de las reacciones que consideramos ‘enfermas’ y altamente ‘patológicas’ tienen que ver con las emociones, principalmente con las emociones relacionadas con el reconocimiento del otro(-emocional); del dolor del otro, del sufrimiento del otro, del placer del otro etc.

La preocupación fundamental por competencias relacionadas con la emocionalidad exige un cambio en los factores que se consideran relevantes dentro de la educación escolarizada clásica, es decir, exigen la construcción de un modelo educativo con “prioridades-extra”; de las cuales una de las más importantes será el desarrollo de la inteligencia emocional y de las competencias individuales asociadas a la misma. Esta idea con respecto a los cambios en el modelo educativo en virtud de la prioridad de la inteligencia emocional ya ha sido planteada (vid.: Escudé; 2003 y Salmuri et. al.; 2002).

De acuerdo con Damasio:

“… Debemos darnos cuenta de que las emociones vienen en todo tipo de sabores: hay emociones buenas y emociones malas. Y, de hecho, podríamos decir que el objetivo de una buena educación para los niños, los adolescentes, e incluso para nosotros mismos, es organizar nuestras emociones de tal modo que podamos cultivar las mejores emociones y eliminar las peores, porque como seres humanos tenemos ambos tipos. Tenemos una capacidad positiva fantástica, pero también somos capaces de hacer cosas terribles. Somos capaces de torturar a otra gente, de matarla. Todo esto es inherente al ser humano, no es que algunos de nosotros seamos buenos y otros malas personas…” (Damasio; 2006)

Para el presente caso: no pretendemos que se genere una valoración o clasificación de las emociones a partir de categorías morales como ‘bueno & malo’, como tampoco construir estrategias para el control de las emociones (e.g.: vid.: Maturana & Bloch; 1996) sino que, por el contrario, se desarrolle una situación práctica en la que se evidencien ciertas competencias involucradas con el reconocimiento, discriminación verbal y diferenciación de las emociones y sentimientos propios y ajenos; ya que consideramos que tanto el reconocimiento y la discriminación de los estados emocionales propios y ajenos funciona como un indicio del modo en que se relacionan los individuos y sus estados emocionales con otro individuos y su (otros) estados emocionales.

La implementación de dicha situación puede propiciar la evidencia (registro) necesaria (mas no suficiente) para construir una valoración de dicha competencia (por parte del docente).

El presente trabajo busca explorar (a partir de una situación de aprendizaje en aula que permita la implementación la inteligencia emocional) en el ámbito de la construcción de estrategias prácticas para el rastreo de competencias emocionales.

¿Por qué nuestros currículos no cuentan con una asignatura que permita al estudiante llevar a cabo el desarrollo de esta tipo de inteligencia? ¿Acaso no es tan importante como las demás? ¿Acaso, los acontecimientos diarios de nuestra sociedad no nos desafían emocionalmente, exigiendo cierto tipo de competencia en este tipo de inteligencia?

Buscamos básicamente crear una situación donde sea posible el reconocimiento e interpretación de las emociones del otro. En cuanto al maestro, pensamos que la situación propuesta podría ayudar a valorar las competencias de reconocimiento e interpretación (a través del discurso) de las emociones y sentimientos ajenos en sus alumnos; en cuanto a los estudiantes, creemos que la situación será propicia para introducirlos en un ámbito de exploración inter-subjetiva y posibilitar la expresión del conocimiento emocional que poseen –permitiéndoles desarrollar cierto nivel interpretativo de las emociones ajenas.

En resumen, la situación busca explorar las competencias necesarias para reconocer al otro como un ser-con-emociones-y-sentimientos: i.e. en el reconocimiento y discriminación discursiva de las emociones y sentimientos ajenos. Colateralmente consideramos que la situación propuesta propicia el desarrollo de competencias lexicales y se relaciona con la correcta denominación de las diferentes emociones y sentimientos. Estos dos últimos aspectos no serán, por lo pronto, explorados.



[1] Correspondencia fax: +57 (092)-3391184

E-mail: neurofilosofia1@yahoo.com.mx

Correspondencia fax: +57 (092)-3391184

Grupo de investigación Mentis en filosofía de la mente y ciencias cognitivas e Instituto de Psicología

Universidad del Valle (Cali-Colombia); Departamento de filosofía; Edf.: 386; Of.: 2017.

URL: www.neuroepistemology.blogspot.com

[2] E-mail: nadagreen137@hotmail.com

Grupo de investigación Mentis en filosofía de la mente y ciencias cognitivas e Instituto de Psicología

Universidad del Valle (Cali-Colombia).

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